Lomos de Toro




José M. Piquer

Qué te cuento de la llegada, desde la calle se oye una especie de fragor en uno de los pisos altos. Y si te cruzás con alguno de los vecinos parisienses les ves en la cara esa palidez cadavérica de quienes asisten a un fenómeno que sobrepasa todos los parámetros de esa gente estricta y amortiguada. Ninguna necesidad de averiguar en qué piso están los Cedrón porque el ruido te guía por las escaleras hasta una de las puertas que parece menos puerta que las otras y además da la impresión de estar calentada al rojo por lo que pasa adentro, al punto que no conviene llamar muy seguido porque se te carbonizan los nudillos. Claro que en general la puerta está entornada ya que los Cedrón entran y salen todo el tiempo y además para qué se va a cerrar una puerta cuando permite una ventilación tan buena con la escalera.
- Julio Cortázar: Lucas, sus amigos.


Es curioso el progreso: a veces avanza, a veces retrocede y de repente re-inventa problemas para volver a resolverlos. Nunca queda muy claro si realmente estamos avanzando en alguna dirección.

Un ejemplo que me gusta es el de las calles y la pavimentación. Cuando yo era niño, circular por Santiago era un difícil ejercicio de esquivar hoyos, algunos de profundidades abismales, porque las calles no se reparaban más que en vísperas de eventos importantes (encuentros deportivos internacionales, visitas reales, etc). Por ello, la velocidad de los autos nunca fue un verdadero problema. Con el progreso del país, la pavimentación ha mejorado mucho, y en la práctica los hoyos han desaparecido, al menos de las avenidas principales. Esto trajo como consecuencia que la velocidad máxima posible en las calles sea enorme, transformando a los autos en un peligro permanente para los peatones, particularmente para los niños. Entonces, el progreso nos ha permitido inventar la solución a este problema: los lomos de toro, que son como un hoyo al revés, pero que cumple la misma función, a un precio mucho mayor, claro.

Siguiendo el estilo chileno, además se construyen sin ningún estándar, parece que cada empresa los inventara de nuevo, porque en la misma calle nos encontramos con algunos que podemos pasar sin disminuir velocidad y otros que ni a 20 km/h nos dejan en pie los amortiguadores.

En la tecnología, los lomos de toro también abundan, reinventando viejas soluciones una y otra vez. Un ejemplo: habíamos pensado que las redes iban a evolucionar hacia sistemas cada vez más confiables, con menos ruido, menos pérdidas y más seguridad. Hasta que llegaron las redes inalámbricas, móviles, pero más ruidosas que los viejos coaxiales ethernet y aun más promiscuas al poder pincharlas en el aire. De nuevo estamos todos volviendo a pensar cómo hacemos para transmitir datos en ambientes parecidos a los de hace más de 20 años.

Otro ejemplo clásico de complejidad sobre complejidad es el acceso a Internet a través de modems telefónicos analógicos sobre redes digitales. Básicamente, la red telefónica hoy es digital hasta la planta externa a la que llega nuestro par de cobre de la casa. En ese punto (bastante cercano a nosotros) se convierte a analógico para que llegue a nuestro viejo teléfono. Para poder pasar esos metros finales con una señal digital, estoy obligado a usar un modem, complejo aparato que convierte de digital a análogo y vice-versa, desperdiciando cerros de ancho de banda y confiabilidad.El resultado final es sorprendente: mi computador transmite datos que el modem codifica a pulsos analógicos (en las frecuencias de la voz humana) que la red telefo¿ica convierte a digital (como si fuera voz humana) para que, en el otro extremo se vuelva analógico otra vez y digital otra vez. Todo esto hace que sea muy lento y de mala calidad, a la vez que pagamos el no despreciable servicio local medido que hace que los proveedores ganen más dinero mientras más lento sea su acceso.

Esta ingeniería sobre ingeniería para simular algo que no es sobre algo que tampoco es, es un fenómeno extraño que en la tecnología aparece una y otra vez. Y, claro, es igual que un lomo de toro.





Jose M. Piquer 2004-03-02